A Douglas Tompkins se lo trata, en la gran prensa, como si fuera primo hermano del Príncipe Azul. “Tompkins, millonario ecológico”, afirmó El Cronista Comercial en una nota publicada en noviembre de 2002. En la bajada se aseguraba que el magnate norteamericano había dejado el negocio con el que hizo fortuna, las empresas de indumentaria The North Face y Esprit, para “vivir de la naturaleza”. Un moderno Robinson Crusoe o un Cazador del Arca Perdida, como dijeron analistas del periodismo vernáculo, propensos a vender un novelón estilo Hollywood. Lo que pocos dicen es que “el defensor de la naturaleza”, como lo llama el diario La Nación, ha comprado cientos de miles de hectáreas en los Esteros del Iberá, en el norte de Corrientes, mediante manejos espurios en los que tuvieron activa participación algunos empresarios nacionales, como Pérez Companc, por ejemplo, o punteros políticos correntinos de los dos partidos tradicionales de la provincia, el Liberal y el Pacto Autonomista.
La Conservation Land Trust, de la que son responsables Tompkins y su actual esposa, Kristine McDivitt, puso a su nombre 310 mil hectáreas, mientras que otra empresa trasnacional, Forestal Andina, lleva adquiridas unas 26 mil. Todo indica que las dos firmas representan los mismos intereses y actúan como pinzas sobre los pobladores históricos de esos parajes salvajes y hermosos, donde la vida transcurría sin patrones, alambradas o tranqueras, hasta que llegaron los gringos en alianza con sus cómplices criollos, como tantas veces.
El paraíso alambrado
“Acá lo que sobra es campo, por eso nunca hubo tranqueras para nadie. Los animales que teníamos los pobladores de Yahaveré se criaban juntos, sin marcas ni conflictos”. Fortunato Leiva , de 63 años, mira incrédulo la tranquera que interrumpe el tránsito de vehículos por la ruta nacional número 6, que une la localidad de Concepción con ese paraje donde todavía viven 16 familias de pobladores originarios, integradas por unas 140 personas. Ellos vienen resistiendo el desalojo que proponen los que pretenden ser los nuevos dueños de una tierra que tiene propietarios naturales desde el siglo XIX. En el cementerio de Yahaveré, la tumba de Aquilina Gómez data de 1867. Falleció a los 35 años de edad, el 25 de agosto de ese año.
“Estas tierras siempre fueron fiscales. A partir de 1976, con la dictadura militar, se hicieron algunas ventas a particulares, pero el desastre comenzó con el gobierno de Carlos Menem, donde la compra de tierras se hizo compulsiva, aprovechando la paridad entre el peso y el dólar. Los que en Corrientes se hicieron ricos con la política compraron grandes extensiones de campo y luego las fueron vendiendo a Tompkins y a Forestal Andina. Con la devaluación, recibieron dólares a cambio de los pesos que habían pagado. Fue un negocio redondo”.
Marta Ramírez es abogada del Centro de Estudios del Sindicato de Trabajadores Judiciales de la ciudad de Corrientes y defiende a los pobladores que desde hace ya varios años están siendo desalojados en forma compulsiva de los campos que ocuparon por varias generaciones. En Yahaveré siguen resistiendo, pero del paraje Ñu-Pui, en el departamento San Miguel, echaron a 23 familias, con ayuda de la Gendarmería. Una avioneta propiedad de Alberto Anzola, viejo dirigente del Partido Liberal, suele sobrevolar las casas humildes, de caña tacuara, adobe y paja, para amedrentar a los lugareños.
En Corrientes, por ley, la compra de grandes extensiones de tierra “tiene que ser aprobada por la Legislatura, pero como los que compraron primero las tierras fiscales eran miembros del poder político, no cumplieron nunca con la ley. Las ventas no fueron aprobadas por el Congreso y por eso el traspaso a Tompkins es ilegal”, afirma la abogada Ramírez. Una de las primeras ventas de tierras fuer hecha por Gregorio Pérez Companc, el empresario argentino que figura en el puesto número 356 entre los más ricos del mundo, con su patrimonio declarado de 1.600 millones de dólares.
Los Esteros del Iberá tienen una extensión de 1,2 millones de hectáreas. Sus 26 lagunas de agua dulce están conectadas con el Acuífero Guaraní, la segunda mayor reserva de agua subterránea del mundo. En el subsuelo de un área de casi un millón doscientos mil kilómetros cuadrados (España, Francia y Portugal juntos) se almacena una reserva de agua potable de 37 mil kilómetros cúbicos. Cada kilómetro cúbico es igual a un billón de litros. El volumen explotable es de 40 a 80 kilómetros cúbicos por año. Esto equivale a un tercio de la totalidad de escurrimiento del río Uruguay. Es cuatro veces la demanda anual de agua de la Argentina para todos los usos.
Tompkins niega que su objetivo sea el agua. Los medios de prensa argentinos tocan el tema con desdén, pero algunos expertos pronostican que dada la escasez de agua dulce en el planeta, las próximas guerras van a ser por el líquido elemento, como hasta hace poco lo fue el petróleo.
Prohibido mariscar
“Nosotros vivíamos mariscando (de la caza y de la pesca), pero ahora no podemos porque nos están presionando mucho la gente extranjera. Nos cierran los caminos con la línea (el alambrado) y en las tranqueras nos ponen candados para que no podamos movernos como antes”. Leoncio Ñúñez vive muy cerca de lo que es el puerto de Yahaveré, donde termina la ruta 6 que llega de Concepción. “Nosotros no perseguíamos mucho a los bichos. Sólo para comer”, aclara. Las presiones, sobre todo, las reciben de parte del personal de Forestal Andina. La esposa de Ramón Núñez, uno de los hijos de Leoncio, tuvo hace unos días a su primer hijo. Cuando regresaba a su casa, encontró las tranqueras cerradas. Con su marido y su criatura estuvieron horas a la intemperie, de a caballo, esperando que le abrieran el paso.
María Ceferina López es nacida y criada en Ñu-Pui, de donde fue expulsada con toda su familia. “De un día para otro nos dijeron que no teníamos que matar más carpinchos. Que le dijera a mi gente que teníamos que irnos de ahí. El señor Felipe Ramírez (viejo dirigente del Partido Autonomista) y Alberto Anzola, nos dijeron que nos teníamos que ir, que estaba prohibido matar más carpinchos”. Su esposo, Venancio Irala, está enfermo por vivir en la ciudad. Si bien Concepción es un lugar tranquilo, nada se parece a lo que era la vida en Ñu-Pui. “Esa era nuestra vida. ¿Quién nos puede decir que el carpincho tiene dueño?”. Ceferina se indigna más cuando recuerda cómo fue el desalojo: “Nos mandaron un tractor para que sacáramos nuestras cosas. No estábamos preparados y cargamos lo que pudimos. A los cinco días nos quemaron la casa. Miguel Fernández y Benito Areco fueron los que quemaron, pero no sabemos quien fue el que los mandó. Imaginamos que fueron Felipe y Alberto. Ellos son los que están echando a todos”. Anzola y Ramírez son dos de los “nuevos ricos” de la política correntina que compraron tierras fiscales y luego se las vendieron a Tompkins. Por eso el magnate ahora puede decir que él compró “tierras a particulares”. Oculta que antes las habían adquirido en forma ilegal.
Desde Buenos Aires, el subsecretario de Tierras para el Hábitat Social, Luis D’Elia, promete una “ley de expropiación de tierras” en los Esteros que expulse a Tompkins, aunque La Nación salga a defender a su “mecenas de la naturaleza”. Otra es la opinión del Jefe de Gabinete, Alberto Fernández, que aclaró que el gobierno nacional no auspicia reformas agrarias. Desde Corrientes, el gobernador Arturo Colombi repudia a D’Elia y dice que los Esteros son “un problema de los correntinos”. Ningún gobierno provincial, desde los noventa, hizo nada para defender a los pobladores originarios. Colombi ahora pregona derechos provinciales cuando no los tuvo en cuenta respecto de Tompkins y otros ladrones de guante blanco.
Sonia López, asesora de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, filial Corrientes, se pregunta: “¿Es necesario que venga el subsecretario de Tierras nacional Luis D’Elia (a la provincia) para que asumamos lo que es evidente? ¿Es necesario un hecho de naturaleza política para que den la cara los que han apañado el saqueo y la entrega del patrimonio soberano de correntinos y argentinos?”. Para López es necesario mantener “la vida natural en los Esteros, como un espacio libre sin apropiaciones, donde se pueda mariscar y criar animales para el sustento. No se trata de un costumbrismo incivilizado, se trata de la forma más sustentable de producción comunitaria de un recurso que no se puede fraccionar ni diseccionar”. Ella asegura que el objetivo del imperialismo es el de siempre: “El saqueo. En este caso, el agua y la biodiversidad son la clave. Los columnistas de los grandes diarios lo saben, pero ellos son los partícipes necesarios para legitimar lo ilegítimo”.