por Claudia Korol para revista devenir
Este año, en varios estados del Brasil, y principalmente en Rio Grande do Sul, se está desarrollando una intensa ofensiva contra el MST. El consejo de promotores de Rio Grande do Sul, una instancia del poder judicial del estado, aprobó un informe en el que pide la disolución del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra. Uno de estos promotores, clasificó al MST como “organización criminal”.
En marzo de 2008, el ministerio público federal de Carazinho juzgó a ocho supuestos integrantes del MST por “delitos contra la seguridad nacional”. Los acusados habrían “enfrentado el estado de derecho de forma sistemática”, “constituyeron un estado paralelo, con organización y leyes propias”, habrían “resistido el cumplimiento de órdenes judiciales”, habrían utilizado “tácticas de guerrilla rural”, y estarían “recibiendo apoyo de organizaciones extranjeras como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia”. En este proceso, salió a luz por ejemplo, que la policía militar estuvo realizando tareas de inteligencia sobre el MST*.
A partir de estos informes, y de la acción de estigmatización llevada adelante por los grandes medios de comunicación de masas del Brasil, el MST sufre uno de las mayores ataques de su historia -paradójicamente en el contexto de un gobierno nacional encabezado por el líder del Partido de los Trabajadores, Lula, a quien los Sin Tierra contribuyeron a forjar como referencia de las izquierdas-.
¿Por qué le temen al MST? ¿Quién le teme al MST?
Podrían darse respuestas inmediatas, que partan de la caracterización de los sectores derechistas que llegaron a los gobiernos estaduales donde la represión es más violenta. Sin embargo, si consideramos la criminalización de los movimientos sociales como una dimensión orgánica de las políticas de control del capital, la respuesta debería buscarse en una lógica más compleja.
Los intentos de poner a la defensiva al MST, no sólo interesan a la derecha conservadora local; sino que son promovidos por los sectores del poder mundial que pretenden avanzar en el control de los recursos y riquezas de Brasil y del continente; y por quienes aspiran a cortar “de raíz” la influencia pedagógica del MST, entre los movimientos populares de América Latina y el mundo. No se puede desconocer el aporte que el Movimiento Sin Tierra del Brasil ha venido realizando en más de 25 años de existencia, a la creación de una subjetividad revolucionaria, que asume como propia la tarea planteada por el Che, de “organizar la rebeldía”.
El Movimiento Sin Tierra de Brasil, más que una organización en sí o para sí, es en la actualidad, una “escuela de movimientos”. Un lugar donde millares de campesinos y campesinas aprenden que los derechos se conquistan en la lucha. Un lugar donde millares de sin tierra aprender a “ocupar, resistir y producir”… cortando las cercas del latifundio y de la ignorancia. Un lugar donde millares de jóvenes aprenden a actuar organizadamente, transformando la indignación frente a las injusticias en acción colectiva, para volverse sujetos de la historia y no ser destrozados por las lógicas culturales consumistas, violentas, desgarradoras, impuestas por el capital. Un lugar donde resulta tan natural participar de una brigada internacionalista en cualquier rincón del mundo, colocarse como muralla humana para impedir el paso de los tanques israelíes norteamericanos sobre el territorio palestino, o donar sangre en los hospitales públicos, aportando a que la salud siga siendo un derecho de todos y todas. Un lugar donde millares de hombres y mujeres de América Latina aprenden el nombre y apellido de sus enemigos, reconocen a las corporaciones trasnacionales, y sobre todo, aprenden a enfrentarlas en el día a día. MONSANTO, ARACRUZ, SYNGENTA, son nombres que dejaron de ser “marcas” del supuesto “desarrollo”, para constituirse en objetivos políticos de la denuncia de las organizaciones populares, e incluso de acciones que muestran la criminalidad de sus prácticas de explotación y destrucción.
El MST es también “escuela de movimientos”, aportando con extrema humildad, a la formación de organizaciones populares campesinas y urbanas en Brasil y en América Latina. Tal vez por esto, por la “pedagogía del ejemplo”, que es más peligrosa aún que la amenaza inmediata al poder latifundista, o al poder de los agronegocios, o de los capitales trasnacionales que puedan verse afectados de manera inmediata por el accionar del Movimiento Sin Tierra, es que éste se ha vuelto blanco de furiosos ataques.
Si es así, crear una red internacionalista de defensa activa del MST, no resulta ya una tarea simplemente de “solidaridad”, sino que apunta a defender las posibilidades emancipatorias de los pueblos del continente.
El MST es un corazón fuerte que bombea rebeldía en las venas abiertas de nuestros territorios. Frente a las amenazas, a las agresiones, a las represiones, tal vez podamos hacer nuestro aquel viejo grito de combate: NO PASARÁN.